Stan Lee, el padre del universo Marvel Centenario del genio del cómic «Creaba superhéroes uno detrás de otro»
Sus superhéroes han cautivado a niños y adultos de todo el mundo. Pero pocos conocieron al cerebro detrás de “Spider-Man”, 'Hulk', 'Los 4 Fantásticos' o 'X-Men'. Stan Lee, el hombre que revolucionó la historia del cómic, concedió una reveladora entrevista hace unos años a XLSemanal. Recordamos al gran mito de Marvel ahora que se cumplen cien años de su nacimiento.
Jueves, 29 de Diciembre 2022, 17:23h
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Stanley Martin Lieber, alias Stan Lee, nació en Nueva York el Día de los Inocentes de 1922 y falleció el 12 de noviembre de 2018 en Los Ángeles, la ciudad donde recibió años atrás a XLSemanal. Hijo de inmigrantes rumanos pobres de solemnidad y apasionado de las películas de Errol Flynn, Lee conseguiría con el tiempo convertirse en uno de los pocos millonarios del mundo del cómic.
Inició ese camino en 1940, cuando, con apenas 17 años, se puso a trabajar como chico de los recados en una editorial llamada Timely, que un par de décadas más tarde –tras decidir centrarse en la creación de superhéroes– adoptaría el nombre, hoy mítico, de Marvel Comics.
Pronto Stanley se puso a escribir guiones que firmaba como Stan Lee, seudónimo con el que pretendía proteger su reputación en aras de unas aspiraciones literarias inspiradas por sus ídolos juveniles Robert Louis Stevenson, Arthur Conan Doyle o Edgar Rice Burroughs, creador de Tarzán. Finalmente, sin embargo, dejaría a un lado sus sueños de novelista para centrarse en la escritura de historietas, sobre todo a partir de noviembre de 1961, cuando vio la luz un tebeo titulado Los 4 Fantásticos.
«Mi jefe siempre me decía: 'No te preocupes por los diálogos ni por los personajes. Tú ponle mucha acción, que es lo que quiere la gente'»
Firmado por Stan Lee y el dibujante Jack Kirby, aquella publicación supuso el advenimiento del Universo Marvel, una saga de súperheroes que cambiaría la historia del cómic para siempre. Bajo la batuta de Stan Lee, artistas como Kirby, Steve Ditko o Don Heck hicieron de Marvel una superpotencia editorial, posición que mantiene siete décadas después. Lee siguió vinculado a la empresa de su vida hasta el final, disfrutando de todos los éxitos cinematográficos de la saga que ha dominado la historia del cine en los últimos tres lustros.
Disfrutó de tales triunfos no solo como beneficiario, también como fan, apareciendo en cameos que convirtió en una especie de marca de la casa. Un hábito, en todo caso, adquirido en los tiempos en que su trabajo se limitaba a los cómics. ¿Recuerdan cómo, en la película Los 4 Fantásticos y Silver Surfer, Stan Lee intenta colarse en la boda de Reed Richards y Sue Storm? Pues eso mismo hizo en la historieta que recreaba ese momento en los años 60. Entonces lo hizo, eso sí, junto al dibujante Jack Kirby, fallecido en 1994.
Antes, mucho antes de todo eso, fue un superhéroe llamado Capitán América quien atrajo al joven Stanley Lieber al mundo del cómic. Timely publicaba sus aventuras, que hacían las delicias del adolescente y, en mayo de 1941, pocos meses después de incorporarse a la plantilla, Lee firmó su primera historieta, precisamente una del más patriótico héroe norteamericano. «Cuando los creadores del Capitán América dejaron la empresa –reveló Lee a XLSemanal–, me pusieron a mí al mando, ‘hasta encontrar a la persona adecuada’. Acabé ocupando el puesto durante 30 años».
Así me narró el propio Lee aquellos años: «Mi padre estaba en paro, así que, mientras estudiaba, yo hacía todo tipo de trabajos. Acabé el instituto y pensé que era hora de buscar un empleo, digamos, serio. Un tío mío, Martin Goodman, me dijo que buscaban a alguien en Timely, donde él trabajaba. Me pareció interesante entrar en una editorial y aprender; algo temporal. Hablé con Joe Simon [cocreador, con Jack Kirby, de personajes como Capitán América, Antorcha Humana o Namor] y me contrató como chico para todo por ocho dólares semanales. Por aquel entonces, nadie respetaba a los que hacían cómics».
La editorial pasó años después a llamarse Atlas, desapareció el Capitan América de su catálogo y en 1961 arrancó la era Marvel con la mencionada irrupción de Los 4 Fantásticos. El éxito de los superheroes, por cierto, permitiría resucitar al Capitán América en 1964.
La empresa era muy pequeña por aquel entonces, con un par de dibujantes y escritores encargados de todas las historias. «Yo era el responsable de todo lo que publicábamos –me contó Lee sobre sus labores tras ser ascendido–. Ya fuera escribiendo o comprando historias a terceros. También era director de arte, ya que los dibujos tenían tanto peso dramático como la historia en sí. Durante 20 años hice todo lo que Goodman me pedía; básicamente, repetir fórmulas de éxito. ¿De vaqueros? Pues de vaqueros. ¿De guerra? Pues de guerra, de terror, de todo; cualquier cosa menos arriesgarse a crear algo nuevo. Siempre me decía: ‘Stan, no te preocupes por los diálogos ni por los personajes. La gente quiere acción’».
Por aquellos días, Lee, que ya era padre de una hija, Joan Celia, 72 años hoy –otra, Jan, murió tres días después del parto, en 1953– sentía que dedicarse a aquella labor era desperdiciar su tiempo y su vida. «Siempre le decía a mi mujer: ‘Cariño, unas semanas más y me voy’. Entonces lograba un aumento de salario o surgían ideas para nuevas revistas y recuperaba el interés. El tiempo fue pasando, un día eché cuentas y resulta que llevaba allí 20 años. Ahora sí que quería irme. Mi jefe quería historias cada vez más simples, para niños o adultos poco inteligentes [risas]. ‘Prohibido palabras de más de dos sílabas’. ‘Simplificad al máximo los argumentos’. ‘Nada de historias de varios números’… Él pensaba que los lectores no eran capaces de recordar el hilo de un mes para otro. ¡Imagínese!».
Llegó así un momento en que Lee ya no pudo más. Decidido a dejarlo de una vez por todas, recibió, sin embargo, un inesperado encargo. «Mi jefe me dijo que DC Comics, nuestro gran rival, había lanzado un álbum llamado La Liga de la Justicia, que reunía a Superman, Batman, Mujer Maravilla, Flash, Linterna Verde, Aquaman y Detective Marciano, y que se vendía como rosquillas. Para variar, me dijo: ‘Quiero que publiques algo como esto’. Fue la gota que colmó el vaso. Le dije a mi mujer que ya no podía más y ella contrargumentó: ‘Stan, antes de despedirte, ¿porqué no aprovechas esta oportunidad y escribes una historia como a ti te gusta? Lo peor que puede pasar es que te despidan. ¡Y vas a renunciar de todos modos!».
Surgió así el seminal álbum de Los 4 Fantásticos. «Intenté hacer algo original por una vez. No ocultarían su identidad; no usarían trajes, aunque acabé poniéndoselos; uno de ellos era un monstruo... No sé dónde leí algo sobre rayos cósmicos y me dije: ‘Sufren una exposición y adquieren superpoderes’. Fue un bombazo».
Famoso por sus superhéroes, Stan Lee prefería curiosamente a los súpervillanos. «Me encanta crear villanos, me encantan los malos, sobre todo Von Doom, Galactus..., todos. Porque los héroes no evolucionan tanto como ellos. Aunque el personaje bueno se puede desarrollar, sigue siendo el mismo un número tras otro mientras que necesitas un villano diferente en cada aventura. A veces usas el mismo en varios números o lo recuperas, pero necesitas nuevos enemigos».
El doctor Víctor Von Doom fue el primero: «Necesitaba a alguien tan inteligente como Reed Richards, no a un monstruo. Debía tener una imagen colorista y Jack Kirby creó una obra maestra. El rey de Latveria, como monarca, podía entrar en EE.UU., realizar sus villanías y acogerse a su inmunidad como jefe de Estado. Querer dominar el mundo, además, nunca ha sido un delito contemplado en el Código Penal».
Aquella creación ambivalente de héroes y villanos con superpoderes pronto hizo olvidar a Lee sus juveniles pretensiones de triunfar como novelista o, incluso, como actor; sueño de juventud que solo realizaría en sus marvelescas y esporádicas apariciones cinematográficas. Personajes como Hulk, por ejemplo, se planteaban como auténticos desafíos: una síntesis entre el héroe y el villano; un tipo vulnerable que pierde el control sobre sí mismo… Todo un impacto para los lectores de la época.
«Quería crear un superhéroe que, a la vez, fuera un monstruo. Un ser bueno, pero brutal –me confesó–. Pensaba en Frankenstein, la película de 1931, con Boris Karloff. Siempre pensé que el monstruo era un buen tipo que no quería dañar a nadie, pero aquel puñado de idiotas con antorchas no dejaba de perseguirlo. Por mi parte, yo buscaba una especie de Dr. Jekyll & Mr. Hyde. Hulking brute [bestia gigantesca] era la expresión que lo definía, y de ahí surgió lo de llamarlo Hulk. Kirby dibujó un monstruo genial, terrible pero empático. En principio era gris, pero en la imprenta hicieron una pequeña cagada. En algunas páginas salía un verde claro; en otras, oscuro; otras, casi negro. Al verlo verde, me gustó y decidí que se quedara así. Le daba un toque original».
«Siempre quise hacer una historia con una superheroína. Cuando conocí a Pamela Anderson, hallé la inspiración adecuada. Ella sabe bien lo que el público desea»
Pese al éxito de aquella saga de nuevos personajes, su jefe y tío Martin Goodman permanecía anclado en su concepción de que diálogos, guiones demasiado elaborados y originalidad eran enemigos del éxito. «Al principio, trabajábamos siempre a sus espaldas –recordaba Lee–. Cuando le hablé de Spider-Man, el tercer superhéroe que lanzamos, casi le da algo. Pero yo no conseguía quitármelo de la cabeza. Se lo comenté a Kirby y me dibujó un héroe demasiado seguro de sí mismo, fuerte, poderoso. No era lo que buscaba y se lo pasé a Steve Ditko, que dio con el traje perfecto. Yo quería un superhéroe adolescente, con problemas económicos, preocupaciones familiares y toda clase de complejos juveniles... ‘Ni se te ocurra publicar algo así –me dijo mi tío–. Además, la gente odia las arañas’».
Al final, Stan Lee lo publicó a espaldas de su tío en Amazing Fantasy, una colección que Marvel ya iba a cancelar. Es decir, el típico número al que nadie presta atención. «Puse a Spider-Man en portada –prosiguió Lee en su relato–. Fue el cómic más vendido en muchos meses. Cuando llegaron las cifras de circulación, Martin se me acercó y me dijo: ‘Stan, ¿recuerdas a ese tal Spider-Man que nos gustó tanto a los dos? ¿Hagamos una serie con él?’. A partir de ahí todo vino rodado. Ya nunca me dijo que no a nada: Thor, Daredevil, Dr. Extraño... Los álbumes funcionaron tan bien que nunca más volví a pensar en renunciar».
Los X-men [o La Patrulla X, como fueron conocidos en España inicialmente] también figuraron siempre entre sus favoritos. «Se me ocurrió un grupo de héroes marginados que sufrían mutaciones que los dotaban de superpoderes. No necesitaba de más explicación. Los llamamos Los Mutantes, pero no funcionaba. Eran héroes con poderes extras. Ya le había puesto nombre al jefe: Profesor X (por Xavier), como Malcolm X. ¿Por qué no llamarlos X-Men? Si nadie sabía lo que era un mutante, tampoco sabrían lo que era un X-men».
«Si un personaje no tiene un punto débil, pierde valor. Los míos tienen problemas, pueden ser sus peores enemigos, y eso les da mucha más emoción»
La actividad de Lee y su equipo en aquellos tiempos fue febril. En unos pocos años Marvel lanzó cerca de 30 personajes. «Nunca tuve el vértigo a la hoja en blanco, el bloqueo del escritor. Creaba uno y ya pensaba en el siguiente –explicó a XLSemanal–. No escribía estrictamente un guion. Le contaba mi idea al artista y les dejaba dibujar. Yo los coordinaba y, cuando acababan, agregaba los textos; era la única forma de sacar tantos álbumes. Todos ganamos, eso hizo mi vida más fácil, ellos desarrollaron su talento y las historias mejoraron».
Fue un ritmo de trabajo que mantuvo durante toda la década, hasta que, en 1970, fue nombrado director de la editorial, contrató escritores y editores y empezó a pasar más tiempo dando conferencias y entrevistas. «Pasé a ser una especie de portavoz de Marvel», señaló.
Muchos de los que trabajaron con Lee en aquellos años, sin embargo, lo acusaron de haberse quedado con todo el crédito de esos personajes de Marvel. Acusación a la que replicó que él nunca se atribuyó autoría alguna. «Siempre he dicho que soy coautor –defendió–. Junto con Ditko creé Spider-Man; con Kirby, Los 4 Fantásticos, Hulk…; Iron-Man, con Don Heck. Los periodistas me presentaban como ‘el creador de Spider-Man’ y demás. Ditko o Kirby lo leían y se enfadaban, pero no era culpa mía. Sin ellos, nada hubiera sido igual».
Una de sus máximas creativas, que los estudios Marvel incumplieron al dejar morir a Iron-Man, es aquella que dice que «un superhéroe de Marvel nunca muere». Lee, desde luego, nunca se deshizo de ninguno. «No podría, los quiero mucho a todos. Jamás se me ha pasado por la cabeza algo del tipo: ‘Odio a este personaje, no me acaba de cuadrar’. Disfruté con todos por igual».
Asignaba siempre a cada uno de ellos, en todo caso, un talón de Aquiles. No porque le gustara hacerlos sufrir sino porque era un modo de hacerlos más interesantes. «Para ser héroe debes superar grandes dificultades. El talón de Aquiles, la vulnerabilidad, ayuda a crear la empatía hacia el personaje. Le da más emoción. Si un personaje es completamente infalible y no tiene nada de qué preocuparse, pierde valor».
Mencionó como ejemplo a Superman. «Es demasiado perfecto –señaló–. Es cierto que tiene aversión a la kriptonita, pero es un peligro exterior. Mis personajes se debaten consigo mismos, pueden ser sus peores enemigos, tienen problemas cotidianos, hay más profundidad emocional. La arrogancia de Spider-Man es su mayor amenaza; Hulk es un peligro para sí mismo; Thor se torna vulnerable cuando se convierte en su álter ego humano; Iron-Man/Tony Stark tiene problemas de salud, financieros, es alcohólico… Eso lo hace más grande, porque, pese a todo, no se rinde y sigue luchando. Para mí, eso es un verdadero héroe. Superman y Batman, sin embargo, no sufrían tanto... Al menos en aquellos años».
En aquella conversación para XLSemanal, Lee se extendió especialmente con el personaje de Iron-Man, cuya primera entrega cinematográfica estaba entonces a punto de estrenarse: «Quería un personaje que no cayera especialmente bien al principio y que fuera conquistando a los lectores –me explicó–. Imaginé un magnate que creara armas para el Ejército. Sería un multimillonario, la quintaesencia del capitalismo. Trabajando con Don Heck, nos inspiramos en Howard Hughes, que había construido y volado en sus propios aviones. Buscaba un héroe como él, inventor, magnate y aventurero. Lo llamé Tony Stark. Como talón de Aquiles, le incrusté un trozo de metralla en el pecho. Siempre tendría que llevar un dispositivo para que su corazón siguiera latiendo. Tal vez no fuera convincente desde el punto de vista médico, pero él es un superhéroe y yo nunca fui un cardiólogo».
Sentido del humor, como se ve, nunca le faltó. Fue un fallo en su corazón, precisamente, la causa de su muerte, el 12 de noviembre de 2018, con 95 años. Su esposa, Joan Clayton Boocock, se le había adelantado un año antes tras 69 de matrimonio. Fallecieron ambos en Los Ángeles, adonde se habían trasladado en 1981, tras una oportuna jugada de un Stan Lee que ya comenzaba a pensar en la jubilación.
«Comparado con Nueva York, aquello me parecía un paraíso: el clima, los espacios abiertos, el mar a mano... Por aquel entonces habíamos empezado a producir dibujos animados con unos estudios de Los Ángeles. Propuse a mis jefes hacerlos nosotros mismos y les mostré mi disposición a 'sacrificarme' y mudarme a California para montar nuestra propia productora. 'Todo sea por el bien de la compañía', les dije. Se quedaron encantados».
Y él, ni te cuento, creando series animadas como Stripperella, personaje inspirado en Pamela Anderson que difícilmente podría prosperar en este mundo posterior al #MeToo. «Siempre había querido hacer una historia con una superheroína atractiva y en Pamela hallé la inspiración adecuada. ¿Quién no querría ver una versión en cómic de la mujer más deseada del mundo? Fue genial trabajar con ella. Pamela sabía bien lo que el público deseaba». Y el propio Stan Lee, por lo visto, mejor todavía.
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