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Se necesitó una guerra mundial (o dos) para que las mujeres tuvieran tampones

El tabú de la menstruación femenina

Se necesitó una guerra mundial (o dos) para que las mujeres tuvieran tampones

De lana y papiros. La idea de absorber el flujo menstrual ya estaba en la antigua Roma y Egipto, usando lana o papiros. El de la imagen es un tampón creado en Chicago con lana y un recubrimiento de gelatina.

La compresa moderna y el tampón, dos productos que revolucionaron la higiene femenina, son hijos de los campos de batalla. Se inventaron tras la Primera Guerra Mundial, y la segunda fue clave para su popularización.

Martes, 23 de Diciembre 2025, 11:47h

Tiempo de lectura: 3 min

La historia empieza en 1914, cuando la empresa norteamericana Kimberly-Clark desarrolla un nuevo material: una celulosa de pasta de madera cinco veces más absorbente que el algodón. Lo llama cellucotton. Cuando Estados Unidos entra en la Gran Guerra, en 1917, Kimberly-Clark empieza a fabricar vendajes con este material para los hospitales de campaña. Son las enfermeras militares quienes, en mitad del barro y la sangre de Francia, descubren otro uso para aquellos apósitos: los utilizan como compresas improvisadas durante la menstruación.

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Inspirado en los quirófanos. El primer tampón se lanzó en 1936 bajo el nombre de Tampax. Su inventor fue Earle Cleveland Haas, se le ocurrió que una solución sería aplicar el mismo principio de los tampones quirúrgicos que se usan en las cirugías para absorber sangre.

Hasta entonces, las mujeres llevaban siglos apañándose como podían. En tiempos de los faraones, los papiros no solo servían para escribir... Pero lo más habitual fue usar paños de tela que había que lavar y reutilizar.

A finales del siglo XIX, las más ricas compraban unas toallas desechables hechas a mano que Johnson & Johnson publicitaba como «indispensables para las señoritas que viajan por tierra y mar».

¿Cómo deshacerse del 'stock' de celulosa tras la guerra? Un empleado tiene una idea: nunca habrá tantos heridos como mujeres menstruando

En 1918 termina la guerra y a Kimberly-Clark le sobran toneladas de cellucotton. Un empleado llamado Walter Luecke tiene una idea para comercializarlo. Ha hecho cálculos rápidos. Por grande que sea una guerra, explica a sus patrones, nunca habrá tantos heridos como mujeres menstruando. El negocio potencial es enorme: la mitad de la población mundial necesita este producto cada mes.

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La compresa cinturón. La primera compresa, Kotex, en 1919, no era adhesiva y había que usarla con un cinturón. La menstruación era tabú. Decir «compresas» en voz alta era impensable. Se animaba a las mujeres a pedirlas por el nombre de la marca comercial.

En 1919, Kotex llega a los grandes almacenes Woolworth de Chicago. Pero hay un problema: ¿cómo vendes un producto cuya función no puedes explicar abiertamente? La menstrua-ción era tabú. Decir «compresas» en voz alta en una tienda era impensable. Kimberly-Clark lanza campañas publicitarias rompedoras en revistas femeninas con el eslogan «Pídelas por su nombre». Kotex. Una palabra neutra, pero que todas las mujeres empezaron a reconocer. Esas primeras compresas tenían un inconveniente: no se pegaban a la ropa interior. Las mujeres tenían que usar un cinturón, y el asunto se complicaba con unos tirantes que bajaban por delante y por detrás para enganchar la compresa y mantenerla en su sitio.

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Harto de las quejas de su mujer. El médico Earle Cleveland Haas estaba harto de oír a su mujer quejarse de las incomodidades de las compresas. Diseñó un cilindro de algodón con un aplicador telescópico de cartón y patentó el invento en 1931 bajo el nombre de Tampax. En 1933 vendió la patente a una mujer llamada Gertrude Tendrich.

El siguiente salto llega en 1929, justo cuando estalla la Gran Depresión. Un médico de Colorado llamado Earle Cleveland Haas está harto de oír a su esposa quejarse de las incomodidades de las compresas. Se le ocurre que podría aplicarse el mismo principio de los tampones quirúrgicos que se usan en cirugía para absorber sangre. Diseña un cilindro de algodón con un aplicador telescópico de cartón y patenta el invento en 1931 bajo el nombre de Tampax. Pero Haas es médico, no empresario. En 1933 le vende la patente a una mujer llamada Gertrude Tendrich, que sí ve el potencial. Por primera vez en la historia, millones de mujeres trabajan fuera de casa, llevan uniforme... El tampón les da libertad de movimiento. La Segunda Guerra Mundial dispara las ventas.

En 1941, Tampax crea un departamento educativo. Porque el problema no era solo vender el producto: había que enseñar a las mujeres a usarlo. Y desmontar, de paso, todo un edificio de prejuicios. Se debatía si los tampones podían comprometer la virginidad. Algunas marcas ofrecieron versiones lubricadas «especialmente diseñadas para señoritas». Los anuncios de Tampax en 1944 se centraban en cómo reducía el producto el absentismo laboral de las trabajadoras en las fábricas.

El mensaje: la menstruación no podía ser una excusa para dejar de producir armamento. Después de la guerra, las mujeres ya no estaban dispuestas a volver a los paños de tela.